- “EL HAMBRE” (RICARDO LINDO):
En todo el
planeta, 868 millones de personas padecen de hambre. Esto significa que el
diario vivir del 12% de la población mundial es una dolorosa lucha. Se nos
enseña desde pequeños que el derecho a la alimentación es básico, y que para estar
sanos necesitamos ingerir muchos nutrientes. Sin embargo, la mayor parte de
personas llegan a adultos sin darse cuenta de la crítica situación de hambre
que atraviesa la humanidad. Millones de personas mueren a diario porque se les
incumple este derecho tan esencial.
Todos los
días, en todos los países del mundo, cientos de seres humanos mueren de hambre.
Sucede con frecuencia que estamos al tanto del sufrimiento y las dificultades que
millones de hombres y mujeres atraviesan, pero nos es indiferente, y siempre y
cuando no nos afecte a nosotros, no nos preocupa en lo más mínimo, tal y como
aparece en la obra: “…«¡Cómo desperdician
la comida! Piensen en los niños de Biafra…». El reía con sus compañeros en el
colegio, ¡como si los niños de Biafra se fueran a beneficiar de que ellos
comieran!”.
No es
necesario irnos lejos, para evidenciar la cruel realidad a la que están condenados
muchos de nuestros hermanos. Si bien en países al otro lado del mundo, como en
Etiopía, hay 34 millones de personas desnutridas, en nuestro pequeño país, hay
un millón de salvadoreños y salvadoreñas que no tienen absolutamente nada que
comer. Esta es la realidad, y la mayoría de nosotros, o la desconocemos, o
decidimos ignorarla. Así afirma Ricardo Lindo, en el cuento: “A diario vemos gente comiendo en los
basureros y muchos mueren envenenados y eso es hambre, argumentaba. No había
por qué ir a buscar tan lejos.”
Conocer teóricamente
el concepto de “hambre”, manejar las cifras estadísticas de la desnutrición en
el mundo, saber vagamente que existen organizaciones que trabajan a ese
respecto, no sirve para nada, si no abrimos los ojos a la difícil situación que
se vive a nuestro alrededor, si no aprendemos a apreciar y agradecer las
bendiciones que se nos han dado, y si no estamos dispuestos a hacer hasta lo
último que esté en nuestras manos para ayudar al que no ha tenido la misma
suerte. Es en la práctica cotidiana, en el trato con nuestros hermanos que
sufren, en las acciones que realicemos para solucionar la problemática, en
donde nuestro papel se vuelve indispensable. Cuando se trata del problema del
hambre, es vital el grano de arena que cada uno puede aportar para sacar
adelante al mundo.
- “LOS GRANEROS DEL REY” (SERGIO RAMÍREZ):
Sucede
frecuentemente en Latinoamérica, paradójicamente, que aún cuando los niveles de
desarrollo humano de muchos países aparecen internacionalmente como
relativamente aceptables, los funcionarios del gobierno representan alegremente
a la nación, las estadísticas muestran considerables progresos económicos y a
las personas más importantes no les falta nada; más de la mitad de la población
se está muriendo de hambre. Esta es la mitad que no merece ser tomada en cuenta,
según la ridícula forma de pensar de aquéllos grandes que toman las decisiones
por todo el resto. Son la porción de la población que pide a gritos que le
ayuden a salir adelante, pero ante cuyos desesperados ruegos de piedad, los que
están por encima de ellos voltean la cara. Así lo afirma Sergio Ramírez en el
cuento: “A pesar de que en las
entrevistas de prensa y en los boletines oficiales del Gobierno de S.M. se
decía siempre con mucha seguridad que la prosperidad del país aumentaba cada
día, aseveración probada repetidas veces por las cifras de la producción
agrícola y por los altos índices industriales, […] el pueblo,
inexplicablemente, padecía hambre y sufrimiento, y como consecuencia,
desnutrición, muerte, enfermedades endémicas.”
Vivimos en
un mundo terriblemente desigual, en donde los ricos son cada vez más ricos, a
costa de los pobres, que son cada vez más pobres. Mientras unos desperdician
sus fortunas en lujos completamente innecesarios, otros escarban para encontrar
restos de comida en la basura. Así es la situación del hambre en Latinoamérica,
y lo único peor que sufrirla, es ignorarla.
Este
cuento emplea muchísimas metáforas para describir, de manera increíblemente
acertada, la situación de Nicaragua en la época del gobierno somocista. Así
afirma el autor: “Pero sucede que
fábricas, granjas y graneros pertenecían al Rey.” Más adelante continúa
narrando: “Y es así que se explica cómo
un país productor de primera línea, colocado en alto lugar en los mercados
internacionales, tuviera una población tan depauperada. Allí sólo poseía S.M. y
la gran familia real”. Este “Rey” fue Anastasio Somoza, y todo el pueblo
nicaragüense sonreía a la triste realidad a la que estaban condenados,
resignados, pues no tenían otra opción ni conocían algo mejor.
De forma
similar, así ha sido la situación en muchos países latinoamericanos, que
sufrieron los actos despiadados de brutales gobernantes. Las dictaduras han
escrito gran parte de la historia de la región, y con ellas, el padecimiento
del pueblo de terribles atrocidades, condiciones de vida infrahumanas, temor y
sangre. El siglo XX fue, en Latinoamérica, uno que jamás será olvidado,
tristemente, por haber sido uno de los peores.
- “LA OLLA” (ALEXANDER JAVIER BALLADARES):
Padres y
madres egoístas e irresponsables, inconscientes del sufrimiento que provocan a
otros con sus acciones, despreocupados de cualquiera que no sea ellos mismos,
ajenos al sufrimiento de sus propias familias; todo lo anterior es la triste
realidad de millones de hogares latinoamericanos, tal como el descrito en la
historia: “Es en esta familia, de
numerosos hermanos, hijos de padres diversos, de madre soltera y despreocupada,
donde sucedió uno de los sucesos que aún resuenan en las conversaciones y las
pesadillas de la gente del barrio…”
El autor
de esta historia es nicaragüense, y narra la cruel realidad que observa en las
familias de su patria. Sin embargo, lastimosamente, ésta realidad se extiende a
toda Latinoamérica. Un sinnúmero de hogares dan techo a una mujer sola, con
cuatro, cinco, seis o más hijos de diferentes padres, todos completamente
ausentes de la vida familiar. Las mujeres se reproducen irresponsablemente, sin
contar con un plan de vida, recursos económicos suficientes, un hogar estable
ni posibilidades de mantenerse ellas mismas, mucho menos de sacar adelante a
una familia. Los hombres no se hacen responsables de desempeñar su papel como
padres y proveer lo necesario a los hijos que han procreado, y abandonan a las
madres, sin ningún tipo de ayuda, pues su interés no va más allá de solamente disfrutar
de un rato divertido.
Pero
quienes verdaderamente sufren las consecuencias son los más pequeños: los niños
y niñas que crecen sin el debido cuidado de un padre y madre amorosos, algo que
en teoría no debería faltar a ningún ser humano, sobre todo en sus primeros
años de vida. Además, éstos carecen de la más mínima oportunidad de recibir una
educación, de convertirse en profesionales útiles para la sociedad, de formarse
como personas de bien; y como si fuera poco, no tienen ropa para vestirse,
juguetes para divertirse, una casa limpia y segura para vivir, y mucho menos
alimento para calmar su hambre. Sobre ellos recae el peso de los errores de sus
progenitores, y aún viendo de cerca y de frente esta situación, muchos padres y
madres no se conmueven ante el sufrimiento de sus hijos. Tal es el caso de la
historia narrada en este cuento, donde el hijo, desesperado, dice a su madre:
“—Mamá, tengüanbre”; a lo que ésta
responde con absoluta indiferencia: “— ¡Que
no te dije que te fueras! Si querés andá comete a ese chavalo llorón que está
en la cuna…”
No es
exagerado caracterizar como atroz la realidad a la que muchos pequeños están
sometidos, y cuyo sufrimiento ha comenzado desde el día en que vinieron al mundo.
Tampoco es difícil imaginar el futuro que espera a estos niños y niñas, productos
de la inconsciencia e insensatez de sus padres. Es triste, pero probable, que
terminarán repitiendo la historia.
- “LOS PERROS DE LOS MEJÍA” (CLARIBEL ALEGRÍA):
El
desequilibrio entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada, no sólo de
países desarrollados a países tercermundistas, sino dentro de una misma patria,
es algo realmente crítico. La autora de este cuento no podría describirlo
mejor: “Los muchachitos de los mesones de
alrededor rodeaban la camioneta y, a pesar de los gritos y los coscorrones que
les propinaba el chofer, se quedaban allí mirando el suelo y apresurándose a
recoger los pedazos de carne que caían. Algunos no recogían nada.”
Vivimos en
un mundo donde no hay intermedios. No existe un punto medio en el que las
personas, aunque no puedan darse muchos lujos ni comodidades, al menos tengan
lo básico que les hace falta para su supervivencia y la de sus familias. En
cambio, existe una diferencia abismal entre dos únicas realidades: Por un lado (representada
en el cuento por los perros), la de la opulencia, el despilfarro, personas que
tienen hasta más de lo que necesitan, nunca en su vida han pasado penalidades
económicas, y desconocen lo que es el hambre y la pobreza; y por otro lado
(representada en el cuento por los muchachitos de los mesones), la de la
escasez, la miseria, personas que no tienen absolutamente nada, les falta desde
dónde vivir hasta qué llevarse a la boca, y nunca en su vida han podido
disfrutar de cosas que, mientras para otros son normales y hasta monótonas,
para ellos son lujos inalcanzables. Y lo más triste de todo, es que para
quienes han tenido la suerte de nacer en la riqueza, les es completamente indiferente
el sufrimiento y las penalidades de quienes han nacido en una realidad
diferente. Están al tanto de la desigualdad, de la existencia de la pobreza y
de que hay quienes mueren de hambre a diario. Sin embargo, mientras no les
afecte a ellos ni les impida disfrutar de su estilo de vida, les da lo mismo.
Unos pocos se agachan a ayudar al que lo necesita, pero la gran mayoría le pasa
encima.
Claribel
Alegría describe esta situación en San Salvador. Nuestra ciudad es
especialmente hábil para sacar a la luz el desequilibrio entre clases. Estamos
tan habituados a ver niños sucios, semidesnudos, desnutridos y abandonados en
las aceras, mientras conducimos en nuestros vehículos con los vidrios arriba
porque la zona es peligrosa, que ya nos volvimos ciegos a esta cruel realidad. La
vemos, pero no nos llega al corazón como debería. Y esto no es así sólo en
nuestro país, sino en toda Latinoamérica, y de hecho, en todos los países del
mundo.
- “CUANDO LOS FRIJOLES CANTAN” (RAQUEL COSTINES GONZÁLEZ):
Frecuentemente,
se tiene la idea equivocada de que la solidaridad y la caridad son cualidades
exclusivas de las personas ricas, que están en condiciones de compartir lo que
les sobra o lo que ya no necesitan, porque como conocen la abundancia, pueden
apiadarse de quienes sólo han conocido la miseria. De hecho, es raro encontrar
estas virtudes en personas que lo tienen todo. Irónicamente, es más común
encontrar personas pobres en extremo, pero que generosamente comparten lo poco
que tienen porque se compadecen de aquellos que tienen aún menos. Esto es debido
a que quienes han sufrido la escasez o se han visto en penurias para proveer
para sus familias, saben lo dura que la vida puede ser.
Este
cuento muestra este otro lado de la historia, el de las personas con corazón
noble e intenciones admirables, que aún cuando a ellos no les sobra, están
dispuestos a ensanchar lo poco que tienen a aquellos que verdaderamente no
tienen nada. Así lo expone la autora en la historia: “El profesor Rafael le dijo a mi mamá que si algún día tiene un tuquito
extra de arroz para echarle a la olla o una tortilla más para el comal se lo
reservemos a Lupita y su abuelita. Creo que el profesor Rafael piensa que
Lupita pasa hambre…”
Por
diferentes razones, la realidad de muchas familias es crítica. Puede ser por
abandono de los padres a sus hijos, por desempleo, por demasiados hijos y muy
pocos recursos, por el alto costo de la vida, o porque la migración ha sido la
única solución, como en el caso de este cuento: “Es que Guadalupe y su abuela viven solas desde que la mamá de Lupita se
fue a los Estados a trabajar.” No deberíamos tener que padecer hambre, para identificarnos con quienes la
sufren. Si gracias a Dios no nos falta nada, debemos extender la mano a quienes
no han tenido la misma suerte. El egoísmo es uno de los males más graves de la
humanidad, así como la codicia, la ingratitud y sobre todo, la indiferencia al
dolor ajeno. Solamente hace falta abrir los ojos para darse cuenta de que
estamos rodeados por pobreza y miseria, y que no basta con que conozcamos el
problema y sintamos lástima, sino que la diferencia está en nuestras manos y si
no hacemos algo al respecto, indirectamente estaremos dando nuestra aprobación
para que la situación continúe igual.
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